¿QUÉ CREEMOS?
La Biblia es la revelación que Dios hace de Sí mismo a los seres humanos y que quiso dejar por escrito a través de personas divinamente inspiradas. El autor principal de toda la escritura es Dios y su propósito es la salvación de los seres humanos mediante la revelación de la Verdad, sin que exista error alguno. Por tanto, toda la Sagrada Escritura es totalmente verdadera y fiable, y revela los principios que Dios tiene para juzgarnos. La Santa Biblia permanecerá siendo, hasta el fin del mundo, el centro de la norma suprema de la unidad cristiana por la cual toda conducta, credo y opinión religiosa deberá ser juzgada. También, toda la Sagrada Escritura es testimonio de Jesús y le presenta como el centro de toda la revelación divina.
Éxodo 24: 4; Deuteronomio 4: 1-2 y 17:19; Josué 8: 34; Salmos 19: 7-10, 119: 11, 89, 105 y 140; Isaías 34: 16 y 40: 8; Jeremías 15: 16 y 36: 1-32; Mateo 5: 17-18 y 22: 29; Lucas 21: 33 y 24: 44-46; Juan 5: 39, 16: 13-15 y 17:17; Hechos 2: 16 y ss. y 17: 11; Romanos 15: 4 y 16: 25-26; 2ª de Timoteo 3: 15-17; Hebreos 1: 1-2 y 4: 12; 1ª de Pedro 1: 25; y 2ª de Pedro 1: 19-21.
Hay un sólo Dios vivo y verdadero que se revela a Sí mismo en tres personas, Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, con distintos atributos personales, pero sin que exista división en su naturaleza, esencia o ser. Dios es un Ser eterno, inteligente, espiritual y personal. Es el Creador, el Redentor, el Preservador y el Gobernador de todo el universo. Dios es infinito en santidad y en todas las demás perfecciones. Dios es todopoderoso y omnisciente, y su perfecto conocimiento se extiende a todos los tiempos pasados, presentes y futuros, incluyendo todas las decisiones que sus criaturas toman en el ejercicio de su libertad. En Dios se conoce el amor más elevado y a Él se le debe toda reverencia y toda obediencia.
La salvación implica la redención total y completa de todo ser humano. Es un ofrecimiento gratuito a todas aquellas personas que aceptan a Jesucristo como su Señor y único Salvador, quien, por su propia sangre, obtuvo la redención eterna para el creyente. La salvación incluye la regeneración, la justificación, la santificación y la glorificación de cada ser humano para la gloria de Dios. No hay salvación fuera de la fe personal en Jesucristo, ni hay otro fundamento fuera de Él por el que podamos ser salvados.
Génesis 3:15; Éxodo 3: 14-17, 6: 2-8; Mateo 1: 21, 4: 17, 16: 21-26 y 27: 22-28; Lucas 1: 68-69 y 2: 28-32; Juan 1: 11-14 y 29, 3: 3-21 y 36, 5: 24, 10: 9 y 28-29, 15: 1-16 y 17: 17; Hechos 2: 21, 4: 12, 15: 11, 16: 30-31, 17: 30-31 y 20: 32; Romanos 1: 16-18, 2: 4, 3: 23-25, 4: 3 y ss., 5: 8-10, 6: 1-23, 8: 1-18 y 29-39, 10: 9-10 y 13 y 13: 11-14; 1ª de Corintios 1: 18 y 30, 6: 19-20 y 15: 10; 2ª de Corintios 5: 17-20; Gálatas 2: 20, 3: 13, 5: 22- 25 y 6: 15; Efesios 1: 7, 2: 8-22 y 4: 11-16; Filipenses 2: 12-13; Colosenses 1: 9-22 y 3: 1 y ss.; 1ª de Tesalonicenses 15: 23-24; 2ª de Timoteo 1: 12; Tito 2: 11-14; Hebreos 2: 1-3, 5: 8- 9, 9: 24-28, 11: 1-12: 8 y 14; Santiago 2: 14-26; 1ª de Pedro 1:2-23; 1ª de Juan 1: 6-2: 11; y Apocalipsis 3: 20 y 21:1-22: 5.
El propósito de la gracia de Dios es la elección del ser humano a través de la cual Él regenera, justifica, santifica y glorifica a los pecadores. Es compatible con el libre albedrío del ser humano e incluye todos los medios relacionados con este fin. Es la gloriosa expresión de la bondad soberana de Dios que es infinitamente sabia, santa e inmutable. Esta verdad excluye la soberbia y la jactancia y promueve la humildad. Todos los creyentes verdaderos perseveran hasta el fin. Aquellos a quienes Dios ha aceptado en Cristo y santificado por su Espíritu, jamás caerán de la gracia de Dios, sino que perseverarán hasta el fin porque todo ha sido completado en Cristo Jesús. Los creyentes pueden caer en pecado por negligencia y tentación, pero el Espíritu Santo constriñe cada corazón para llevarlo al arrepentimiento sincero y confirmar su salvación por medio de la fe en Jesucristo siendo guardados por el poder y la obra de Dios en la Cruz.
Génesis 12: 1-3; Éxodo 19: 5-8; 1ª de Samuel 8: 4-7 y 19-22; Isaías 5: 1-7; Jeremías 31: 31 y ss.; Mateo 16:18-19, 21: 28-45, 24: 22 y 31 y 25: 34; Lucas 1: 68-79, 2: 29-32, 19: 41- 44 y 24: 44-48; Juan 1: 12-14, 3: 16, 5:24, 6: 44-45 y 65, 10: 27-29, 15: 16, 17: 6 y 12: 17- 18; Hechos 20: 32; Romanos 5: 9-10, 8: 28-29, 10: 12-15, 11: 5-7 y 26-36; 1ª de Corintios 1: 1-2 y 15: 24-28; Efesios 1: 4-23, 2: 1-10 y 3: 1-11; Colosenses 1: 12-14; 2ª de Tesalonicenses 2: 13-14; 2ª de Timoteo 1: 12 y 2: 10 y 19; Hebreos 11: 39-12: 2; Santiago 1: 12; 1ª de Pedro 1: 2-5 y 13, 2: 4-10; 1ª de Juan 1: 7-9, 2: 19 y 3: 2.
La iglesia del Señor Jesucristo, según el Nuevo Testamento, es una congregación local y autónoma de creyentes bautizados y asociados entre sí a través de un pacto en la fe y el compañerismo del Evangelio. Cumpliendo las dos ordenanzas de Cristo, está gobernada por sus leyes, ejercitando los dones, los derechos y los privilegios con los cuales han sido investidos por su Palabra y que tratan de predicar el Evangelio hasta los confines de la tierra. Cada congregación actúa bajo el señorío de Jesucristo por medio de procesos democráticos. Cada miembro de la congregación es responsable de dar cuentas a Jesucristo como Señor. Sus oficiales, según las Sagradas Escrituras, son los pastores y los diáconos. Aunque tanto los hombres como las mujeres están dotados para servir en la iglesia por igual, el oficio de pastor queda limitado a los hombres, como establece la Palabra. También, en el Nuevo Testamento, se presenta a la iglesia en su ámbito universal como el Cuerpo de Cristo, el cual incluye a todos los redimidos de todas las edades, etnias, lenguas, pueblos y naciones, sin ningún tipo de distinciones sociales.La iglesia, siguiendo la tradición histórica desde la Resurrección, se congrega el domingo como un día especial para la adoración conjunta en un mismo espíritu y la devoción en conmemoración de la Resurrección del Señor y toda la obra salvadora.
Éxodo 20: 8-11; Mateo 12: 1-12, 16: 15-19, 18: 15-20 y 28: 1 y ss.; Marcos 2: 27-28 y 16: 1-7; Lucas 24: 1-3, 33-36; Juan 4: 21-24, 20: 1 y 19-28; Hechos 2: 41-42 y 47, 5: 11-14, 6: 3-6, 14: 23 y 27, 15: 1-30, 16: 5 y 20: 7 y 28; Romanos 1: 7 y 14: 5-10; 1ª de Corintios 1: 2, 3: 16, 5: 4-5, 7: 17, 9: 13-14, 12 y 16: 1-2; Efesios 1: 22-23, 2: 19-22, 3: 8-11 y 21, 5: 22-32; Filipenses 1: 1; Colosenses 1: 18, 2: 16, 3: 16; 1ª de Timoteo 2: 9-14, 3: 1-15 y 4: 14; Hebreos 11: 39-40; 1ª de Pedro 5: 1-4; y Apocalipsis 1: 10, 2, 3 y 21: 2-3.
El bautismo cristiano es la inmersión física de un creyente en agua en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Es un acto de obediencia que en sí no salva, pero que simboliza la fe del creyente en el Salvador crucificado, muerto y sepultado que resucitó al tercer día, para dar muerte al pecado del creyente, y sepultura a la antigua vida, y resucitar a una nueva vida andando en Cristo Jesús. También, es un testimonio de la fe en la resurrección final de los muertos. Al tratarse de una ordenanza de la iglesia, es un requisito que se requiere que precede al privilegio de ser miembro de la iglesia y a participar en la Cena del Señor. La Cena del Señor es un acto simbólico de obediencia, adoración y agradecimiento a Cristo por el amor que nos ha dado en la Salvación y por el cual se le reconoce como Dios. En este acto, los miembros de la iglesia participan del pan y del fruto de la vid, conmemorando la muerte del Redentor y anunciando su segunda venida.
Mateo 3: 13-17, 26: 26-30 y 28: 19-20; Marcos 1: 9-11 y 14: 22-26; Lucas 3: 21-22 y 22: 19-20; Juan 3: 23; Hechos 2: 41-42, 8: 35-39, 16: 30-33 y 20: 7; Romanos 6: 3-5; 1ª de Corintios 10: 16-21 y 11: 23-29; y Colosenses 2:12.
De acuerdo a su promesa, Jesucristo regresará en su propio tiempo físicamente a la tierra de forma visible y en gloria. Cuando esto ocurra, los muertos resucitarán y Cristo juzgará a todas las personas según Su justicia. Aquellos que no sean justificados y queden declarados injustos serán enviados al Lago de Fuego como lugar de castigo eterno. Aquellos declarados justificados, en sus cuerpos resucitados y glorificados, morarán para siempre con el Señor.
Isaías 2: 4; Mateo 16: 27, 18: 8-9, 19: 28, 24: 27-44, 25: 31-46 y 26: 64; Marcos 8: 38 y 9: 43-48; Lucas 12: 40 y 48, 16: 19-26, 17: 22-37 y 21: 27-28; Juan 14: 1-3; Hechos 1: 11 y 17: 31; Romanos 14: 10; 1ª de Corintios 4: 5, 15: 24-28 y 35-58; 2ª de Corintios 5: 10; Filipenses 3: 20-21; Colosenses 1: 5 y 3: 4; 1ª de Tesalonicenses 4: 14-18 y 5: 1 y ss.; 2ª de Tesalonicenses 1: 7 y ss. y 2; 1ª de Timoteo 6: 14; 2ª de Timoteo 4: 1-8; Tito 2: 13; Hebreos 9: 27-28; Santiago 5: 8; 2ª de Pedro 3: 7 y ss.; 1ª de Juan 2: 28 y 3: 2; Judas 14; y Apocalipsis 1: 18, 3: 11 y 20: 1-22: 13.
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