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El velo fue rasgado

Actualizado: 12 abr 2020



Normalmente, estos días de Semana Santa suelen ser muy especiales en España. Pero este año todo es diferente, confuso, frustrante, irritante y muy doloroso. Las circunstancias mundiales hacen que, además de sobrellevar la situación algunos se sientan aún peor porque no podrán disfrutar de su devoción en las calles. Pero, aunque te suene raro, la importancia de esos días santos no se pierde por cómo está el mundo. Y, por eso, te quiero compartir algo que para mí es muy importante recordar todos los días. Especialmente hoy para que, con base en la Biblia, podamos comprender mejor la profundidad de un hecho concreto


Ese velo te debería interesar porque es una consecuencia directa de la muerte de Jesús la razón por la que puedes estar alegre.

Los Evangelios mencionan que cuando el Señor entregó su espíritu, hubo algo que quizás haya pasado desapercibido: “Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron” (Mateo 27, 51). Esta teofanía se cita también en el Evangelio de Marcos (15, 38) y Lucas (23, 45). Pues quiero que hoy, viernes, te centres en ese velo. Sí, en ese velo rasgado porque, aunque para algunas personas hoy es un día de tanto dolor por la muerte del Señor, para otras es de mucha alegría. Y dirás “¿Y a mí qué me importa ese velo si está muriendo el Señor? ¿Cómo me voy a alegrar?”. Pues bien, ese velo te debería interesar porque es una consecuencia directa de la muerte de Jesús la razón por la que puedes estar alegre.


En el Antiguo Testamento verás una serie de ideas constantes: Dios es Santo y esto hace que no pueda relacionarse con el pecado, y, por eso, nuestro pecado nos ha separado de Dios (Isaías 59, 1-2; Ezequiel 14, 4; Juan 15, 5). Pero es Dios el que remedia, sin que tú tengas que hacer nada más que aceptarlo. Dios dice cómo te puedes librar de ese pecado y tener comunión con Él. Y dice que es Él el único que te puede quitar ese pecado. Tú no puedes, ni tus obras, tu personalidad, tu razón, tu emoción, … nada tuyo te puede librar, sólo Él mismo.


Al aceptar esto entiendes que es Dios quien hace las cosas, y así lo determina en Levítico 16. Aquí se explica que, una vez al año, hay un día de Expiación en el que el sumo sacerdote realizaba el sacrificio adecuado, dictado por Dios, para conseguir el perdón de sus pecados, de su familia y de todo el pueblo. Además, era declarado un día de reposo, en el que nadie hacía nada, sólo los que Dios usa para el sacrificio. En resumen, había que derramar sangre inocente, sin pecado, delante de la “presencia de Dios” para el perdón de todos los pecados. Aquí es importante saber que esa “presencia de Dios” estaba en un espacio determinado (sanctasanctórum) separado por un velo (sí, el que se rasgó) y al que sólo el sumo sacerdote podía entrar cuando Dios se lo decía (Éxodo 26, 31-34).


Ahora bien, históricamente se ha dicho que ese velo era enorme, muy alto y pesado (nada fácil de romper); y que simboliza el profundo y pesado pecado que nos separa de la presencia de Dios. Si Dios puso ese velo para que entendiéramos que el pecado es grande y nos separaba de la presencia de Dios; y que sólo con sangre inocente elegida por Dios y derramada delante de Él podemos restaurar la relación, ¿qué piensas?


Es la sangre de Dios hecho hombre, Jesucristo, que fue una expiación suficiente, completa y para siempre, para cubrir todos los pecados con el nuevo pacto.

Dios me hizo ver la importancia de ese velo. Una vez rasgado ese enorme velo, el acceso a la presencia de Dios quedó abierto, no sólo para el sumo sacerdote, sino para toda aquella persona que comprenda y acepte que, al igual que el velo, el cuerpo del Señor fue rasgado (Hebreos 9, 11-15; 10, 19-22). En realidad, se había derramado una sangre más importante que la de cualquier ser inocente de la tierra; una sangre perfecta y divina que no tiene que volver a derramarse cada año. Es la sangre de Dios hecho hombre, Jesucristo, que fue una expiación suficiente, completa y para siempre, para cubrir todos los pecados con el nuevo pacto (Jeremías 31, 31-34; Ezequiel 36, 26-27; Lucas 22, 20; Romanos 6, 14-15; Hebreos 7, 22-28).


Por eso, ese velo ya no era necesario, y Dios mismo lo rompió al consumarse todo (Juan 19, 30). Dios eliminó la separación para siempre con la sangre de Jesús, porque fue un sacrificio completo y perfecto. Dios abrió Su presencia a toda persona que comprenda que su pecado es grande, que éste le separaba de Dios y que es Dios mismo quien se sacrifica (Filipenses 2, 1-11).


Su presencia está abierta para ti también, y puedes acceder a ella y reconciliarte con Dios, confesándole tus pecados y aceptando que sólo Jesús ha muerto por ti y que es el único camino para ser libre de esa esclavitud (Salmo 116, 8-10; 1ª. de Corintios 3, 11; 1ª. de Timoteo 2, 5-6; 1ª. Juan 1, 9; Romanos 10, 9-13). Y todo por un amor profundo que siente por los seres humanos, sin importarle cómo seas o de dónde vengas (Isaías 43, 25; Ezequiel 33,11; Juan 3, 16; 14, 6). Esa relación puede restaurarse hoy simplemente aceptando a Jesús y a su sangre como expiación suficiente y gratuita (Efesios 2, 5-13; Romanos 8, 8-12).


Yo me digo (y te digo) “¡Déjate querer profundamente por Dios! ¡Acércate hoy a Él!”. No esperes ni busques excusas, porque Dios nos llama tal como estamos (Proverbios 23, 26; Isaías 1, 18-19).

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